Aberturas Aluminar

La reconocida productora del canal América, Liliana Parodi, presentó "En vivo. Autobiografía de una mujer de la televisión". En un importante fragmento del libro detalla la búsqueda que realizó para hallar a su padre biológico la cual la llevó hasta Venado Tuerto.
Parodi decidió conocer a su padre biológico a los 29 años. Lleva el apellido del Sr. Parodi, un hombre con el que su madre se casó para formar una familia, con él tuvo 3 hijos y luego se separaron. Liliana buscó incansablemente al “Ruso” (su padre biológico de origen yugoslavo) hasta encontrarlo y lo acompañó en sus últimos días antes de morir de un cáncer en la garganta en Venado Tuerto

A continuación el fragmento del libro al cual accedió Infobae.

(…) Yo trabajo de impaciente, pero tengo una paciencia enorme e infinita. En apariencia, mi imagen y mi manera de comportarme dan la sensación de vértigo, de que quiero todo rápido y ahora. Y en contrapartida soy la misma que tuvo la paciencia de esperar 29 años para conocer a su padre. (…)

Pensaba que no era importante conocerlo. Si yo había podido crecer y vivir así, si la vida se me había planteado de esa manera, tenía que seguir adelante. (…) Al menos, no lo era conscientemente. Pero, a los 29 años, sin dar explicaciones ni avisar, lo busqué. (…)

(…) en ese momento, también me había tocado trabajar en casas de familia para ayudar a mi madre a sostener la economía familiar ya que mis hermanos eran muy pequeños cuando nos quedamos los cinco solos. (…) En mi casa era un secreto a voces que Parodi no era mi papá. Si bien llevo su apellido y fui reconocida legalmente por él, sabía que no era su hija biológica. Nunca, jamás, lo había preguntado, pero lo sabía. (…)

(…) A mis 17, cuando mi madre se separó de Parodi, pudimos hablar con ella del tema. Mamá me preguntó si me acordaba de ese señor que visitaba la casa de la abuela, de ese que era amigo de la familia: «Bueno,ese es tu papá». Me acordaba de él. (…) Aunque era chiquita, tendría unos cuatro o cinco años, yo sabía de quién me estaba hablando y también recuerdo la pequeñísima pulsera de oro que me regaló en una Navidad. (…)

(…) Cuatro años después de aquella conversación, con más de veinte años, viajé a Villegas. Visité a mi padrino y a su familia para saber si conocían al «Ruso» . Hasta que un señor que viajaba a Venado Tuerto a menudo, y que era amigo de mi padre, me dio un dato concreto: me entregó un papelito de tienda donde estaba escrita la dirección de su casa (en Venado Tuerto). Guardé el papelito, lo doblé chiquitito y lo puse en un viejo portadocumentos. (…) La vida continuaba, mi trabajo, mamá y mis hermanos. Me fui a vivir sola y atravesé los que, creo hoy, fueron los años más difíciles de mi vida. Un buen día, cuando tenía 29 años, busqué el papelito que había guardado (…)

(…) Escribí una carta para mi padre y la envié a esa dirección. En ella le contaba quién era yo, le decía que quería conocerlo y que no quería irrumpir imprevistamente en su vida. Me imaginaba que él tenía una familia y que quizá le resultaría extraño o difícil recibirme justo en ese momento.

Pero me resultaba necesario e importante saber cómo era mi otra mitad. (…) Le dejé mi número de teléfono y la envié a esa vieja dirección. Una semana más tarde, recibí una llamada del señor amigo de mi padre, el mismo que me había entregado el papelito. Me contó que él estaba enfermo, que había estado internado y que ahora estaba viviendo en la casa de su suegra. Y me sugirió que llamara por teléfono el domingo siguiente (…)

(…) Cumplí con lo acordado y llamé. No podía decirle «papá», ni ninguna palabra por el estilo. Le pregunté qué le pasaba, porque me habían contado que estaba enfermo (…). Me contó que tenía que viajar a Buenos Aires para ver al Dr. Matera, que había estado internado, y que ahora estaba con internación domiciliaria. Que recibió mi carta y que se interesó por saber de mí. Yo quise saber cuántos hijos tenía. Así supe que había seis o siete hermanas, un hermano varón, pero de tres madres distintas. Él no hablaba bien porque tenía algo en la garganta. Pero alcanzó a preguntarme por mamá. (…)

(…)También hablamos de su familia, y quedamos en que nos encontraríamos. Aquella fue una conversación entre dos personas que querían saber una de la otra. Esa fue la única vez que hablamos. (…)

(…) Conversé del tema con mi psicóloga. Ella me ayudó a pensar. ¿Cómo había imaginado yo un encuentro con un padre al que no conocía? ¿Cómo sería ver a esta persona que ahora tenía su salud deteriorada? ¿Creía que me encontraría con un padre de película o de ensueños? (…)

(…) A los pocos días me llamó por teléfono Rafaela, una de sus hijas o sea una de mis hermanas. No sabía con quién estaba hablando. «Quiero que sepas que nosotros sabíamos que vos existías porque mi papá nos contó
siempre que tenía una hija en Villegas». ¡Yo existía! Sin saberlo, había existido para ellos durante todos esos años. (…)

(…) Pasaron veinte días entre la carta y mi decisión de viajar. Supe por su amigo y por Rafaela que él había empeorado desde mi llamada y que estaba nuevamente internado. Di las explicaciones de la situación en América y le pedí a mi amiga María Elena que me acompañara a Venado Tuerto con la condición de no hacer preguntas, ni contar nada. (…)

El 6 de agosto de 1989, María Elena y yo subimos al micro que nos llevaría hasta Venado Tuerto. En la estación nos esperaba Rafaela, con quien nunca nos habíamos visto. (…) Primero fuimos a tomar un café con leche y, luego, nos indicó en qué hotel alojarnos. Durante la conversación, nos contó la historia de su papá y, por sus palabras, había sido un tipo bravo.

…mi padre biológico ) había tenido hijos con cuatro mujeres distintas por lo menos, entre las que se encontraba mi madre. Durante la tarde de ese mismo día, y después de descansar en el hotel, nos preparamos con María Elena y fuimos al hospital de Venado Tuerto. Como todo hospital de pueblo, entramos a una sala con cuatro camas con enfermos terminales, entre los que se encontraba él. Sabía que yo iría a verlo y, con las pocas fuerzas que le quedaban, se había ocupado de contárselo a todos y a cada uno de los que pasaban cerca.

Me senté al lado de su cama y él me iba presentando a cada persona que entraba, inclusive a sus hijos. «Ella es Liliana, mi hija ». Ya casi no podía hablar, la enfermedad que padecía lo había vencido: era cáncer de garganta. Otra vez la palabra cáncer se presentaba en mi vida. No recuerdo haberlo llamado «papá». Yo no sé cómo es o qué se siente pronunciar esa palabra.

(…) Antes de marcharnos, él dijo una frase que siempre repito y que recuerdo con claridad: «Ahora que te vi, ya me puedo morir». Murió cuando yo no estaba ahí (…)

(…) entendí en contra de mi creencia que era muy importante conocer nuestros orígenes y encontrarme reconstruyendo la historia de cada uno de mis hermanos biológicos. Todos habían tenido una relación muy difícil con él. (…) Parece que mi padre prefería tener hijos varones, pero de los ocho biológicos más una adoptada solo uno es varón, las demás somos mujeres y todas parecidas físicamente. Sobre todo me impresionó una de ellas, Gisella; cuando fui hasta su casa para comunicarles que él había muerto, su madre no podía creer nuestro parecido físico. Se ve que los genes del yugoslavo eran fuertes. También fueron fuertes las historias que mis hermanos contaban. Había sido una persona muy difícil y ellos que vivían todos en la misma ciudad compitieron y sufrieron por su falta de atención y cariño. (…)

(…) A Parodi le tuve que decir papá. Sin embargo, durante mi adolescencia, lo único que yo quería decirle a la gente era: «Ese señor no es mi papá». No creo que Parodi tenga la culpa de la pérdida de valor de la palabra «papá», era a mí a quien no le funcionaba aunque el tiempo me demostró que esa adopción decidida por mi madre y Parodi cuando se casaron hizo de mí una marca registrada, hoy soy Liliana Parodi gracias a esa generosa decisión.

(…) Conocí a mis nuevos hermanos cuando tenía 29 años y hoy mantengo con ellos una linda relación. Pude hacerlo desde mi lugar de adulta que eligió (como ellos también lo hicieron) tener una relación y quererlos, a ellos y a sus hijos, y descubrir juntos las cosas que tenemos en común (…)