Intentó hablar y no pudo. Pensó que no podría hacerlo nunca más. Como reacción instantánea, empezó a arrojar cosas, mientras los médicos le pedían que se tranquilizara. Cuando trató de pararse, sus piernas no le respondieron. Dos pasos, y ayudado por el kinesiólogo, eran suficientes para quedarse sin aire. "Era un palito vestido. Me miré y me dije, ¿este soy yo?", recuerda, en diálogo con LA NACION, desde su casa en Elortondo, un pueblo de 8000 habitantes, en el sur de Santa Fe. Se trata de Héctor Chiriotto (63), que se convirtió en caso récord en la provincias tras pasar más de 50 días internado por coronavirus.
Entre el día 51 y 52 recibió el alta del Hospital Nodal Alejandro Gutiérrez, de Venado Tuerto, adonde había ingresado como el primer paciente con la enfermedad. Dos terceras partes de ese período las pasó con asistencia mecánica respiratoria y la mitad con una traqueotomía. Cada cuatro horas, tres trabajadores de la salud lo daban vuelta, porque en los países que precedieron a la Argentina en atención por coronavirus, los tratamientos en decúbito-prono (boca abajo) mejoraron la ventilación de pacientes con respirador. Pasó 40 días dormido y hubo momentos críticos. Estuvo muy cerca de la muerte.
El camino que lo llevó a contraer la enfermedad comenzó el 14 de marzo en una excursión de 30 personas al sur, que ya tenían comprada hace tiempo, donde también se contagió su mujer, Adriana Krstic (62), y tres de los cuatro amigos que viajaron con ellos. Estuvieron en Ushuaia y El Calafate, donde no pudieron salir del hotel. Regresaron en avión hasta Aeroparque y todo el contingente viajó en un micro, luego, hacia Rosario. El 20 de marzo, día en que comenzaba a regir la cuarentena en el país, ya estaban en Elortondo y habían tenido la previa idea de autoaislarse, debido al contacto con extranjeros. Dicen que al exterior no hubieran ido, pero entendieron que sería diferente en la Argentina, que recién había registrado su primer caso importado el 3 de marzo.
A los tres días aparecieron los primeros síntomas leves: decaimiento, falta de apetito y fiebre intermitente. Chiriotto y Krstic los atribuyeron al cansancio del viaje. El 28 de marzo los hisoparon y, a las 48 horas, recibieron sorprendidos los dos resultados positivos. "El miedo lo tenía yo, porque soy asmática", dice Krstic a LA NACION. Sin embargo, el 1 de marzo, su médica de cabecera los revisó y Chiriotto ya no contaba con buena saturación de oxígeno. Por ese motivo, se efectivizó la internación de este hombre, que no tenía ninguna patología de base que lo constituyera como un paciente de riesgo.
"Subí a la ambulancia caminando y, después de eso, no me acuerdo nada. Ni de quién me recibió en Venado Tuerto", dice Chiriotto. Su cuadro empeoró a las 72 horas, cuando lo sedaron para asistirlo con un respirador. Todo ese tiempo ya no existe en su mente. "Yo sola en casa, él grave. Era desesperante, incluso para mis tres hijas. Todo el mundo rezaba, el pueblo estaba mal", cuenta Krstic que, por su positivo, estaba aislada en su hogar.
El día 40 redujeron la medicación de Chiriotto y el miedo se apoderó de él por las posibles secuelas. Esos fueron los momentos en que no pudo hablar. "Pensaba que había quedado mudo, los doctores me decían cosas y no les podía contestar. Fue la peor parte", dice este exbancario, quien también notó en su cuerpo los 15 kilos que había perdido. Por la pandemia, las visitas familiares no estaban permitidas, los partes eran telefónicos y había que recuperar los vínculos de alguna manera. "Hicimos videollamada cuando faltaban ocho o nueve días para el alta y, por la traqueotomía que le habían practicado, no hablaba. Estaba mucho más flaco. Le hacíamos sonrisas. Después empezó a escribir carteles", cuenta Krstic, ya para ese momento dada de alta, con un cuadro que, para ella, nunca revistió gravedad.
Todo cambió el día en que le hicieron un procedimiento y uno de los médicos le pidió que hablara. "Yo pensé que me cargaba, si no podía. Me dijo, 'decime hola'. Cuando escuché mi voz, cambió todo 50%. Era otra persona. Me preguntaban si me notaba mi voz y sí. Fue un vuelco total. Cuando empecé a hablar y a comer", cuenta Chiriotto y Krstic, sentada a su lado, refuerza ese relato: "En esa videollamada esperábamos que nos levantara el dedo pulgar para decirnos que estaba bien. Cuando habló, no lo podíamos creer".
La doctora Eugenia Poli (28), residente del Servicio de Clínica Médica del Hospital Gutiérrez, aún perdura como un vínculo fundamental de aquellos tiempos para la familia Chiriotto. "Todavía me acuerdo cuando escuché su voz", rememora la joven profesional en diálogo con LA NACION y agrega: "Para mí fue muy gratificante cuando comió su primer flan".
Atrás habían quedado los días en que, con sus compañeros, practicaban cómo colocarse los equipos, porque ya tenían consigo al primer paciente con Covid-19. "Lo recibimos preparados. Siempre tuvimos todos los instrumentos de protección. La clave es el trabajo en equipo. El mundo nos bombardeaba con información y nos teníamos que sentar a ver qué era significativo y qué no", comenta Poli, quien, por precaución, estuvo 70 días, que incluyeron su cumpleaños, sin ver a su familia. "Tus compañeros pasan a ser tus afectos", explica.
Dar partes telefónicos y que el paciente no tuviera la posibilidad de visitas familiares marcó una lógica distinta en la atención. Uno de los ejes que buscó Poli para relacionarse con Chiriotto fue el básquet, ya que él, además de ser fanático, es árbitro. "Se genera un lazo personal, a los dos nos gusta ese deporte, así que lo enganché por ahí. Peleábamos por los clubes. Y para que practique le llevé una pelotita de básquet. Mucha gente le mandaba videos, sus colegas árbitros. Le mostrábamos esas cosas porque le hacían bien. La lucha fue de todos, tanto de él, como nuestra", comenta.
La misma Poli cortó la torta que llevó Krstic en agradecimiento al personal de salud el día 50, previo al alta, en la primera visita familiar. "Yo me comí un pedazo", cuenta Chiriotto y ríe. Estuvieron dos horas y media juntos. Ahora, rememora ese momento y surge la primera emoción en su relato. "Nos pudimos dar nuestro abrazo con barbijo. Él nos estaba esperando", dice Krstic.
Esa noche, el hombre miraba el reloj que había en su habitación y las agujas parecían estáticas. Fue la última en el hospital. A las seis de la mañana del 21 de mayo ya había movimiento en su habitación y a las 11, la ambulancia estaba lista para llevarlo a su casa. El video en el que los trabajadores de salud del Gutiérrez se agolparon para despedirlo y felicitarlo por su lucha se hizo viral. "A esos aplausos los tengo acá", dice, señalándose su cabeza. "Al primero que vi es a mi amigo Juan Carlos, habíamos ido juntos al viaje", recuerda, mientras las lágrimas inunden sus ojos, una vez más. Lo que parecía una utopía casi 52 días atrás, se hacía realidad.
"La despedida fue totalmente espontánea. Queríamos sacar al señor Chiriotto lo más sigilosamente posible, para que no sufriera cuestiones emocionales, ni aglomeración. Todo el mundo se había encariñado con él, fue imposible contener esa ansiedad. Se hizo con la mayor distancia, en el momento de emoción", explica a LA NACION el director médico del hospital Daniel Alzari. La experiencia para ellos fue doblemente satisfactoria: "El paciente salió vivo y no hubo ningún personal contagiado, tras casi 52 días de atención". Su pasar se constituyó como tan significativo, que cuando se menciona el tratamiento de plasma para pacientes con coronavirus, alegan que fue "posChiriotto".
Pasados los 30 días de estar en su casa, ya se sintió otra persona. A la distancia y entre lágrimas dice que, sin embargo, en Venado Tuerto lo tenían "como un bebé". Cuando se despiertan, Krstic aprovecha para contarle de esos días y están sin culpas, por no haber contagiado a nadie. La vuelta a su casa lo hizo conocer que, de las personas que viajaron con él, dos se sumaron la lista de fallecidos por Covid-19 en Santa Fe: un oriundo de Rafaela y otro de Villa Constitución.
Mientras Krstic ya se hace sus estudios para donar plasma, Chiriotto sigue con kinesiología. Todavía no puede agarrar frío, porque sus defensas están bajas. No ve la hora de volver al gimnasio, al club, a caminar. "Soy re callejero", dice quien disfruta desde hace dos años de su jubilación. "Día a día, voy a vivir lo mejor que pueda", reflexiona ahora. Cuentan que cuando una de sus nietas saltaba arriba del sillón de su casa, la retaba. Dicen que ahora exclama: "¡Saltá, saltá!"
Por: Paula Rossi - Diario La Nación