Las palabras sobran y faltan para escribir una nota así, y en Murphy ya no las hay. Ni siquiera se agrupan para dar una explicación, solo hay conmoción. Las calles de este pueblo son anchas y tranquilas, al punto de que todas se convierten en avenidas. Transitarlas transmite paz. El verde de los árboles da color y frescura en el verano, y en invierno las hojas caídas acompañan el recorrido. Es difícil describir su paisaje la mañana del 29 de junio, cuando la noticia de un asesinato golpeó a los vecinos. Juan Cruz era oriundo de la localidad, tenía 23 años y vivía en Rosario hace cinco. Estudiaba Ingeniería en Sistema a la par de ejercerla y múltiples puñaladas le arrebataron la vida. Personal y profesional son cuestiones que no deben mezclarse pero hoy redacto desde el dolor para quien supo ser un amigo.
Conocí a Juan en tercer grado. Él se había cambiado a mi colegio y, aunque no compartíamos la misma división, siempre hacíamos coincidir nuestras manos con un “choque los cinco”. Fue por él que, en un recreo de séptimo grado, me enteré que me iba a mudar a Murphy, donde hoy sólo se respira dolor. No más de diez palabras en mi Whatsapp me contaban lo inesperado el viernes por la mañana. “No mamá, deben haber exagerado”, respondí. “Pueblo chico, infierno grande”, supuse y pensé que, en cuanto me confirmen que la noticia era mentira, le escribiría a Juan para agradecerle un par de favores que el susto me había hecho recordar y valorar. Pero, lejos de eso, un “sí, está en todas las noticias” me devolvió a la realidad.
El hecho comenzaba a replicarse en los noticieros locales. La televisión transmitía en vivo el suceso y yo no dimensionaba que, esta vez, nos tocaba de cerca. Que la víctima era un allegado, que tenía mi misma edad y que lo habían asesinado a sangre fría en su departamento, a tan solo dos cuadras de donde yo estaba. Pensaba también en el silencio de las calles de mi pueblo, en el desconcierto y la desolación. Si la noticia impactó en una ciudad de más de un millón de habitantes y trascendió a nivel nacional, imagínense como cala y quiebra en una localidad de cuatro mil personas, donde todos nos conocemos con todos y donde, en algún punto, encontramos una conexión con el otro. Es difícil describirlo pero, en estas ocasiones, Murphy desde lo más profundo siente, duela y trasmite en cada uno de sus rincones nada más que tristeza.
Las horas que siguieron fueron shock para mí. Los días pasan y todavía no distingo (o quizás no quiero) qué sentí cuando mis compañeros de trabajo cubrían el crimen al lado mío. No hay dimensión al ver la foto de un amigo, un chico de tu pueblo, un inocente, en la portada de este diario y el de muchos más. En medio del dolor, la impotencia crecía con fuerza en Murphy donde sobran las preguntas ante tanta injusticia y no hay hipótesis que consuele semejante atrocidad. Entristece abrir las redes sociales y leer tantas palabras de despedidas que al final todas buscan, suplican y exigen #JusticiaPorJuanCruz.
Entre tanta confusión, dudé escribir pero necesitaba poner en palabras el dolor de un pueblo. Ojalá supieras que todos te recuerden por tu fresca, cálida y hermosa sonrisa. Simple y simpático. No, ojalá no. Ojalá hoy estuvieras entre nosotros, en un mundo donde la impunidad no se cobre la vida de los buenos y los malos sean quienes paguen por sus actos, que desarman vidas y familias sin ninguna explicación. Juan, hoy me toca despedirte por acá. Quedó pendiente un abrazo más. Todos en Murphy te deseamos paz y no vamos a parar hasta que se haga justicia de verdad.
Por Tatiana Pace - Rosario Nuestro