La vecina de Wheelwright, Eugenia Manoni y el firmatense Sebastián Albert viajaron a Ucrania para convertirse en padres a través de la subrogación de vientre. Allí fueron sorprendidos por la invasión rusa y aunque debieron refugiarse por unos días antes de escapar, pudieron concretar su anhelo cuando nació Alfonso.
El alumbramiento del bebé se dio en un búnker improvisado en el sótano de una maternidad el 26 de febrero a las 15.32. Ese día, sobre la superficie, murieron 352 civiles, según informó el ministerio del Interior de Ucrania.
Eugenia y Sebastián habían llegado a Ucrania por recomendaciones referencias y experiencias de otras parejas, optaron a través de la subrogación de vientre en la clínica BiotexCom, en Kyiv.
El procedimiento indica que cada padre y madre que se inscribe en el tratamiento debe viajar hasta Ucrania para dejar material genético. Eugenia y Sebastián volaron en mayo del 2021, justo un mes después de la muerte del padre de ella a raíz del COVID-19.
Recibieron la confirmación del embarazo con fecha de parto para fines de febrero. Días antes del nacimiento aterrizaron en la capital de país de Europa del Este. Allí coincidieron con otros matrimonios de argentinos que estaban en la misma situación.
Y de pronto, estalló la guerra. El jueves 24 de febrero el presidente ruso Vladimir Putin ordenó la invasión al país vecino, y el panorama fue otro. Tras el toque de queda, recibieron un mensaje por parte del consulado argentino, donde les pedía que vayan a la Residencia oficial. No lo dudaron, con otras cinco parejas encontraron resguardo en el búnker de la Embajada Argentina en Kiev, una gestión que llevó adelante la embajadora Elena Mikusinski.
Junto a equipo consular, Mikusinski tomó la decisión de llevar a las familias argentinas a su domicilio oficial, porque está ubicado en una de las zonas más seguras de la capital de Ucrania. Quedarse en la Embajada era riesgoso.
“Estamos alojados en el sótano de la residencia mientras se producen los bombardeos”, fueron algunos de los mensajes que Eugenia pudo enviar durante las primeras horas del conflicto. Luego dejó de responder. Unas horas más tarde, volvió a dar señales. “Ahora estamos cuidando las baterías del celular por si se corta la luz”. Esa fue, por esos días, su última comunicación con este medio.
En medio de la tensión, sucedió el milagro tan esperado. Alfonso respiró por primera vez en el subsuelo devenido en maternidad. Al mismo tiempo, cinco familias argentinas escapaban en combi a Polonia, en otro operativo de la Cancillería Argentina.
Huir con un recién nacido
Con 48 horas de vida y abrigado del frío invernal entre la ropa de su madre, los tres subieron a un vehículo que dispuso la Embajada Argentina en Ucrania. Pañales, algunas provisiones de comida y la ropa que llevaban puesta fue el único equipaje autorizado. El objetivo esta vez no fue Polonia, sino llegar a Bucarest, la capital de Rumania, última frontera de Ucrania hacia el sudoeste.
“Si bien todo el operativo había sido perfectamente orquestado, no había demasiado tiempo. Sebastián manejó 17 horas sin parar entre la niebla, la nieve y un frío aterrador”, relata Eugenia.
Todo el periplo fue monitoreado en forma satelital por la Cancillería Argentina y las embajadas de ambos países. “Nos sentimos seguros”, destaca.
En ningún momento pasaron por una zona donde pudieran palpar el horror de los combates, tomaron un camino alternativo para evitar cualquier riesgo; pero al acercarse a la frontera, los controles se incrementaron.
A metros del paso fronterizo con Siret, la primera ciudad rumana a la que arribaron, la hilera de autos era interminable. La familia argentina no fue, ni cerca, la única que huía del país en guerra. El problema era cómo cruzar. Hasta que vieron las señales.
los fue a buscar el embajador y su mujer. La pareja se bajó del auto y caminaron algunos metros, siempre acompañados por personal de seguridad. Acomodados en el asiento de atrás, dejaron Ucrania y por primera vez en muchos días sintieron alivio. Ya no se oían bombas, ni estruendos.
Media hora más tarde llegaron al lobby del hotel. Eugenia pidió un vaso de agua, le prepararon un desayuno completo. Y entonces, no pudo contener la angustia de los días pasados. La moza, mientras le servía el café, le sonrió y le dio un consejo maravilloso: “Tenés el privilegio de volver a mirar el cielo. No llorés más. Viví”.
Fuente: TDC Firmat